La Favorita: la monarquía británica bajo la peculiar óptica de Yorgos Lanthimos
La reina Ana Estuardo, monarca británica durante la primera década y media del siglo XVIII, tuvo una vida signada por la tragedia y la enfermedad.
Tuvo 17 embarazos pero la mayoría los perdió, y los bebés que sí tuvo nacieron muertos o vivieron muy poco tiempo. Apenas días en varios casos. No tuvo herederos. Distintas dolencias la aquejaron a lo largo de su vida, y también una creciente obesidad. Por mucho tiempo estuvo imposibilitada de caminar.
Su reinado, además, estuvo marcado por la guerra y los conflictos políticos: en él se profundizó el sistema bipartidario y las diferencias entre Tories y Whigs, estos últimos sus oponentes políticos, que cobraron fuerza durante la Guerra de Sucesión Española.
Su profunda amistad con Sarah Churchill, Duquesa de Marlborough, se deterioró en sus últimos años por diferencias políticas.
Todo estos datos históricos están, de una otra manera, referidos en La favorita, la última película del inigualable director griego Yorgos Lanthimos, pero de un modo como es de esperarse, peculiar.
La burbuja real

Cabe preguntarse por qué el director de películas tan oscuras, retorcidas y opresivas como Canino, Langosta y El sacrificio de un ciervo sagrado, tan dadas al juego de la metáfora y la riqueza interpretativa, decide hacer un sencillo relato histórico de la monarquía en clave de comedia, sin particulares elementos disonantes o herméticos, más allá de la presencia de patos y conejos en el palacio real, de ciertas tensiones sexuales enredadas con intereses políticos y juegos de poder (lo que la emparenta en cierto modo a Game of Thrones) y del uso ocasional de lentes gran angular y ojo de pez que distorsiona la imagen, rompiendo con la tradición naturalista del drama de época.
Hay, sin dudas, una intención satírica. ¿Pero una sátira de qué?
La reina ( Olivia Colman) mantiene una íntima amistad de muchos años con Lady Marlborough ( Rachel Weisz), su confidente personal y política y, como indica el título, su favorita. Una protegida con enorme influencia sobre ella.
El status quo se altera cuando llega la criada Abigail ( Emma Stone), de pasado noble pero ahora despojada de sus títulos, que viene a buscar un empleo al palacio.
La reina es sencillamente entrañable (todo lo que se ha dicho sobre la interpretación de Olivia Colman, que viene de ganar el Globo de Oro, es cabalmente cierto: es deslumbrante). No es un personaje ridiculizado ni antagónico ni tirano, aunque no está exenta de defectos y excentricidades.
Lady Marlborough es dura, ambiciosa, fría y de convicciones políticas difícilmente compartibles, pero siempre queremos que se salga con la suya. La relación entre ambas, a pesar de la política y el poder en el medio, es franca y genuina, es decir complicada e intensa.
Abigail es adorable, inteligente e increíblemente divertida, con un humor jovial sin ser realmente inocente (su padre la vendió por deudas del juego y convenció a su comprador que las mujeres menstruaban 28 días al mes para evitar la violación).
Cuando llega al palacio está cubierta en lodo, al caerse del carruaje que la traía. Al notar que «el barro huele a excremento», le informan que algunos suelen defecar en las afueras del palacio.
«Le llaman comentario político» le aclaran.
Se vislumbra la sátira aquí, pero no es una sátira a costas de la reina ni de su favorita ni de la criada que llega para alterar el equilibrio de esa relación, personajes enmarcados en un esquema que está por encima de ellas, y que se refleja en esos enormes espacios vacíos y muchas veces oscuros del palacio que las rodea y las deja empequeñecidas.
El lodo podría ser una metáfora. Un elemento ajeno que se introduce por un momento en ese mundo suntuoso, rígido y protocolar, pero rápidamente desaparece sin dejar rastros.
Toda la película transcurre enteramente en ese espacio, como si fuera una burbuja, aislada del barro y de cualquier cosa más allá, como la guerra y los hombres: todo ocurre en ese hermoso palacio con sus amplias habitaciones y ventanales y libros y pinturas y sirvientes, o en un idílico bosque de las afueras (sin barro) al que se llega en esbeltos caballos, o a lo sumo en una cocina que reúne a la servidumbre al servicio de la reina.
Como en Canino, cuyos protagonistas estaban prisioneros en su propia casa obligados por sus padres, o en Langosta, con los personajes esclavos de una enigmática imposición (convertirse en animales si no consiguen pareja) y de una institución celosamente ocupada de hacerla cumplir, en La favorita sus protagonistas están confinadas contra su voluntad, pero ni siquiera lo saben.
La prisión es la seguridad y el confort del palacio real, una prisión agradable que tiene la ventaja de pasar desapercibida y da la ilusión de libertad, pero que es claustrofóbica y corrompe como cualquier otra prisión.
Lady Marlborough escapa transitoriamente y también sin quererlo de esa prisión, y termina lejos del palacio real, en una lúgubre habitación en el fondo de un prostíbulo.
Por primera vez la película muestra algo más allá de la burbuja-palacio y allí, también quizá por primera vez, Lady Marlborough es destinataria de un gesto de ayuda desinteresada. Bueno, no exactamente desinteresada: a cambio se le pide dinero, pero es un intercambio mucho más sencillo.
Luego la película vuelve a la burbuja real y ya no saldremos de allí, de ese mundo tan aislado e impenetrable de la monarquía británica que se ha mantenido intacto hasta hoy, despertando, como sabe La favorita, un profundo interés popular.
Ya no por lo político, de la que ha quedado despegada la realeza, sino por los asuntos del corazón abordados por la prensa rosa.
En La favorita no hay nada rosa, pero sí es, sin embargo, con su mezcla de drama histórico y pura comedia, de datos biográficos y pura especulación histórica y llanos inventos ficticios, la película más amable y accesible de Yorgos Lanthimos.
Calificación de La Favorita: 8/10.
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