La 'cruzada moral' de James Comey contra Donald Trump y sus consecuencias en la investigación del 'Rusiagate'
Salvo la dura calificación de que Donald Trump está “moralmente incapacitado” para ser presidente, James Comey dijo pocas cosas novedosas en la entrevista con la cadena ABC en la que este domingo empezó la promoción de su libro de memorias ‘Una lealtad mayor’, en el que hace un recuento de su vida profesional y los eventos que llevaron a su salida del FBI.
La cruzada de Comey contra el mandatario que lo despidió intempestivamente en mayo de 2017 como jefe del FBI no cambia necesariamente la dinámica de la investigación del ‘Rusiagate’, la posible coordinación de la campaña republicana con la inteligencia rusa para perjudicar a Hillary Clinton.
Tampoco es previsible que altere las opiniones sobre Trump (o sobre él mismo) que se han forjado en el casi un año que ha pasado desde su despido.
Mientras los adversarios del presidente encontrarán que Comey ofrece las “pruebas” que demuestran que el mandatario debe ser procesado por tratar de influir en una investigación federal, sus simpatizantes despacharán al exdirector del FBI como un “mentiroso” e “incapaz” que está ventilando sus rencores y, de paso, ganando dinero contando una versión falsa de los acontecimientos.
La guerra que está planteada entre Trump y Comey es un pulso moral, sin previsibles implicaciones legales, porque no hay muestras de datos duros o verificables que vayan a cambiar el curso de las pesquisas del fiscal especial Robert Mueller, aunque pueden reforzar sospechas u opiniones ya concebidas.
Cuestión de opinión
El que el exdirector considere que su antiguo jefe está “incapacitado” para el cargo o que tiene un estilo "mafioso" no tiene más peso que el de una opinión individual basada en la valoración personal, aunque sea algo muy delicado viniendo de un hombre de su estatura profesional que se está refiriendo en términos muy duros a un presidente en ejercicio.
Cuando, por ejemplo, Comey asoma la posibilidad de que Trump este siendo chantajeado por los rusos, no explica en qué basa esa sospecha. De hecho, reconoce que no está seguro de que ese sea el caso.
“Creo que es posible. No lo sé”, fue su respuesta a George Stephanopoulos de ABC, aunque ni en la entrevista ni en su libro el exdirector del FBI ofrece alguna evidencia que refuerce esa conjetura.
Es muy inusual que un hombre que acaba de salir de la principal agencia de investigaciones del país presente unas memorias en las que dibuja tan pobre retrato del presidente estadounidense, pero puede decirse que en la era Trump ya nada debería sorprender y que lo inusual es la nueva norma.
Para los acólitos de Trump, la estrategia de atacar el carácter de Comey les sirve, no solo para neutralizar ante los suyos cualquier posibilidad de que sospechen que alguna de las cosas que se dicen del presidente y su campaña puedan tener basamento, sino para desmontar toda la narrativa del escándalo del ‘Rusiagate’ que pende como una nube desde los inicios del gobierno.
Como director del FBI, Comey fue el que inició la investigación sobre los posibles contactos de la campaña republicana y los rusos. Fue justamente su despido lo que forzó al Departamento de Justicia a crear la fiscalía especial que dirige Robert Mueller, precisamente el antecesor de Comey en el FBI.
Entonces, en la línea argumental de los partidarios del presidente, si se trata de un exempleado rencoroso y con motivaciones políticas, la investigación carece de todo mérito y es, como afirma insistentemente Trump, una “cacería de brujas”.
¿Y la "obstrucción de justicia"?
Comey considera "posible" que el presidente haya tratado de obstruir a la justicia cuando le pidió, según su versión de los hechos, que "dejara pasar" la investigación de Michael Flynn, el primer asesor de Seguridad Nacional de Trump, quien tuvo que renunciar a pocos días de iniciado el nuevo gobierno, luego de que investigaciones periodísticas mostraran que había ocultado la naturaleza de conversaciones que tuvo con el embajador ruso en Washington.
Ese pedido o sugerencia, “es ciertamente alguna evidencia de obstrucción de la justicia”, según dijo Comey a ABC.
Acá su opinión tiene más peso, porque él podría servir de testigo en el caso de que se presentara una acusación contra Trump como resultado de las pesquisas que adelanta la fiscalía especial o en un eventual 'impeachment' en el Congreso (que al no ser un proceso legal sino político no tiene las rigurosidades de un tribunal, aunque sea manejado con toda la delicadeza que exige la traumática experiencia de tratar de sacar del cargo a un presidente elegido).
En ese punto es notable que Comey, asumiendo el papel de guía de la conciencia colectiva, sugiera que el 'impeachment' no es la mejor vía para castigar los errores o crímenes que haya podido cometer el presidente y por eso sugiere que hay que sacarlo de la Casa Blanca mediante los votos.
El libro de Comey es material combustible que avivará el encendido debate en torno a la figura polarizadora que es Trump. Con seguridad ‘Una lealtad mayor’ será un éxito de ventas (ya es desde hace varios días el número uno en órdenes anticipadas en el sitio Amazon).
Y aunque se trata de la visión privilegiada de uno de los funcionarios con más acceso de información y secretos en Washington DC en sus interacciones con el hombre más poderoso del país, el valor documental de lo que pueda aportar Comey para el avance de la investigación del ‘Rusiagate’ sigue siendo muy debatible.